Las verdes colinas de Tuercespina
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LAS VERDES COLINAS DE TUERCESPINA
por Hemet Nesingwary
Nuestro primer día fue todo lo bien que se puede esperar que vayan los primeros días. La mayor parte del tiempo nos preocupamos de realizar los preparativos necesarios para establecer un campamento base. Encontré un lugar ideal, junto a la ensenada de un río de agua dulce. A juzgar por los viejos y abandonados muelles que hay cerca, este emplazamiento estuvo habitado hace algún tiempo. Por lo que respecta a los habitantes primitivos, solo el tiempo puede contar esa historia.
Para esta expedición he reunido a Ajeck Rouack y a Sir S. J. Erlgadin, junto con mi sirviente de confianza, Barnil Jarropetra. Libré muchas batallas al lado del padre de Ajeck en defensa de la Alianza. Verla crecida es bastante especial. Su padre la instruyó bien en las artes de las armas. Su habilidad con el arco me hace preguntarme si corre sangre élfica por esas venas.
Sir S. J. Erlgadin proviene de la aristocracia humana. Su padre, el conde Erlgadin, era célebre por su generosidad. Fue el conde quien presionó por una mejora en las condiciones de trabajo de la Hermandad de los Albañiles durante la restauración de Ventormenta después de la Segunda Gran Guerra.
En los años que siguieron, después de que Ventormenta traicionara a la hermandad de los albañiles, Sir Erlgadin se fue volviendo más rencoroso sobre el papel de los nobles en el Reino. Ya no deseaba defender la posición que la estirpe de su padre había ganado para él en la Casa de Nobles.
Pero me estoy yendo por las ramas. El propósito de esta historia no es que sirva como tratado político o biografía. Este es el relato de mis experiencias en busca de caza mayor por las verdes colinas de Tuercespina....
Pero me estoy yendo por las ramas. El propósito de esta historia no es que sirva como tratado político o biografía. Este es el relato de mis experiencias en busca de caza mayor por las verdes colinas de Tuercespina....
Nos levantamos al amanecer. Barnil empezó a preparar el desayuno. Advertí que Ajeck estaba un poco distraída. La caminata del día prometía ser larga y nos esperaban peligrosos episodios de caza. Cualquier descuido podía ponernos en una situación difícil. No obstante, Ajeck parecía incapaz de desviar su mirada de Barnil, que estaba de pie frente al río, limpiando su equipo.
Justo cuando estaba a punto de cuestionar la falta de interés de Ajeck en la estrategia de caza del día, alargó la mano hacia su arco, lo tensó con una flecha y la soltó justo hacia el pobre Barnil. Pero no era a Barnil a quien Ajeck disparaba, pues, cuando Barnil se echó a un lado boquiabierto, un gran crocolisco de río flotó a la superficie con la flecha de Ajeck perfectamente colocada entre sus grandes ojos.
Nos pusimos en camino hacia el oeste, a través de la espesa maleza de la enmarañada jungla. Con pasos lentos y cuidadosos, avanzamos a través de un espeso follaje en busca de presa. La mañana pasó en un silencio frustrante. Nada se agitaba en la Vega, ni una brisa. Hacia la tarde, la expedición se mostraba impaciente. Barnil ya no andaba con los pasos cautelosos de un depredador que rastrea a su presa. En su lugar, caminaba pesada y torpemente por el camino, a menudo pisando ruidosamente hojas secas o ramas caídas.
Durante semejante tropiezo, Erlgadin posó su mano pesadamente sobre el hombro de Barnil. Ajeck y yo apenas advertimos la escena, suponiendo que el hombre solo estaba dando una merecida reprimenda a Barnil por su descuido. No obstante, Erlgadin hizo un gesto lento con la cabeza en dirección a un árbol caído. Desde allí nos acechaban dos ojos negros penetrantes justo encima de un par de afilados colmillos.
La bestia era un tigre macho de Tuercespina. Antes de que pudiera amartillar el rifle, Erlgadin levantó la ballesta y disparó en dirección al animal. El virote dejó su marca y sorprendió a la bestia con fuerza en el costado izquierdo. El tigre hizo un intento en vano por huir, pero la herida era demasiado grave. La bestia fue dando traspiés durante varios trágicos segundos, hasta que Barnil lo remató lanzando un hacha.
La matanza provocó un ánimo festivo en la expedición. Barnil sirvió aguamiel para disfrute de todos. Pero nuestros festejos fueron efímeros. Mientras preparábamos el cadáver para transportarlo de vuelta al campamento base, un rugido espantoso nos cogió desprevenidos a todos. En todos mis años nunca he oído nada que helara la sangre de tal modo.
En un rocoso precipicio en lo alto, perfilado por el sol poniente, podía distinguir el felino depredador más grande que he visto jamás. Pude liberar una descarga con mi rifle, pero el felino siguió su camino. Rugió una vez más, en esta ocasión vez con más fuerza que la anterior, y desapareció.
Recogimos nuestras pertenencias y nos dirigimos solemnemente de vuelta al campamento.
Recogimos nuestras pertenencias y nos dirigimos solemnemente de vuelta al campamento.
Había prometido a la expedición que pasaríamos el día siguiente cazando panteras, ya que sus pieles son muy valoradas en Azeroth. Esta demanda se debe a que todos los cazadores, tramperos y comerciantes de pieles arriesgan valientemente su vida en nombre de la Alianza.
Ajeck y Sir Erlgadin estaban ansiosos por aprender a cazar eficazmente con un rifle de los enanos. Hice que los dos humanos dejaran sus primitivas armas en el campamento base. Barnil y yo los equipamos con algunas de las mejores armas de fuego de Forjaz.
Ese día nos aventuramos al sur, siguiendo algunos rastros recientes de pantera. Pronto llegamos a un barranco que se cruzaba por un enorme puente colgante. No pude evitar pensar en la descriptiva obra de Brann sobre aquella región cuando vi aquella maravilla de la ingeniería. Se suponía tan a menudo que los trols nativos eran una raza primitiva e inculta, pero, mientras observaba fijamente la artesanía maestra del puente, pude reconocer la habilidad con la que los albañiles trols superaron la hazaña, aparentemente imposible.
Al poco tiempo, Ajeck rastreó a la pantera en dirección al sudoeste. Anduvimos en silencio, con las armas preparadas, anticipándonos a nuestra presa. Un chasquido de ramas en un bosquecillo cercano llamó nuestra atención de inmediato. Allí había algo. Una mirada seria a Barnil bastó para transmitirle mis pensamientos. Barnil bajó su rifle lentamente. Esta presa no era para nosotros, sino para nuestros compañeros humanos. Innumerables panteras habían perdido la vida al enfrentarse a nuestros humeantes cañones. Esta presa era para los humanos.
Tanto Ajeck como Sir Erlgadin se mantuvieron erguidos, con las armas al nivel de la hirsuta maleza que había bajo unos árboles que se mecían de un lado a otro. El sol del mediodía ardía con fuerza sobre nosotros. Una lenta gota de sudor rodó por la sien de Erlgadin, al tiempo que retiraba el gatillo. Tras el chasquido, el follaje exuberante se abrió en dos y una pantera negra, espécimen hermoso, saltó veloz sobre la llanura.
Los humanos tenían la mira puesta en la pantera mientras esta corría rodeando la arboleda. Los cañones de los rifles se movían en paralelo con el animal. Barnil me miró impaciente y yo negué con la cabeza para que no abriera fuego. Esta cacería era para los humanos, no para Barnil ni para mí. Erlgadin lanzó un disparo, que erró completamente en su empeño de alcanzar a la pantera. Por lo visto, no estaba preparado para soportar la violenta repercusión de la explosión del rifle.
El arma dio una violenta sacudida. El cañón rodó lateralmente y cayó bajo el rifle de Ajeck. Ajeck había elegido ese preciso momento para apretar el gatillo. El rifle, con la mira orientada torpemente hacia la fila de árboles, se disparó con un estruendo inconfundible. Una bandada de pájaros chilló desde la copa de un árbol, dispersándose por todas partes. Una columna de humo emergió del árbol. Sobrecogidos, vimos cómo una tremenda rama caía sobre la pantera que intentaba escapar, partiéndole el lomo.
A medida que pasaban las semanas, nuestras reservas de piel de pantera y tigre se hicieron inmensas. Decidí que era el momento de que la expedición se centrara en un nuevo reto: los raptores.
Los humanos, aunque agradecieron el adiestramiento que les ofrecimos Barnil y yo, decidieron abstenerse de cazar con armas de fuego. Ajeck se sentía mucho más cómoda con un arco delicadamente tensado y Sir Erlgadin nunca dejó el campamento sin su resistente ballesta.
Los humanos, aunque agradecieron el adiestramiento que les ofrecimos Barnil y yo, decidieron abstenerse de cazar con armas de fuego. Ajeck se sentía mucho más cómoda con un arco delicadamente tensado y Sir Erlgadin nunca dejó el campamento sin su resistente ballesta.
Nos pusimos en camino con las primeras luces, en dirección al sur, más allá de las ruinas de Tkashi. Barnil expresó su preocupación por el hecho de que pudiéramos encontrarnos con miembros de la tribu Sangrapellejo. Recordé a Barnil que los Sangrapellejo estaban más preocupados por destruir a su enemigo tribal, los Machacacráneos. No hace falta decir que eso no consoló a Barnil lo más mínimo. Sin embargo, yo tenía un rifle cargado, una cartera llena de pólvora y tres cazadores letales conmigo para aliviar cualquier preocupación de un emboscada poco amistosa.
Me he encontrado ante un infernal enorme en el campo de batalla, mientras el ejército de la Legión Ardiente avanzaba desde todas direcciones. Un grupo rebelde de trols me parece tan inofensivo como una liebre en las colinas de Dun Morogh.
Pasamos ante las ruinas de Tkashi sin suceso alguno, para alivio de Barnil. El grupo procedió a dirigirse hacia el oeste, hacia el Mare Magnum, bordeando las ruinas de Zul'Kunda justo al sur. Mientras ascendíamos los altos riscos del mar, vimos a nuestro primer raptor.
Pasamos ante las ruinas de Tkashi sin suceso alguno, para alivio de Barnil. El grupo procedió a dirigirse hacia el oeste, hacia el Mare Magnum, bordeando las ruinas de Zul'Kunda justo al sur. Mientras ascendíamos los altos riscos del mar, vimos a nuestro primer raptor.
La bestia ni siquiera llegó a detectar nuestra presencia. De hecho, el único saludo que recibió de la expedición fue una bala entre los ojos.
Sir Erlgadin soltó un caluroso *hurra* mientras Ajeck asintió con la cabeza en mi dirección en señal de entusiasta aprobación. Rebusqué en mi saca en busca de mi pipa, con la esperanza de celebrarlo fumando. Barnil comenzó a subir la ladera a toda prisa para recuperar el cadáver del raptor. Miré fijamente la bestia caída con la satisfacción que acompaña a cada gran matanza.
Sir Erlgadin soltó un caluroso *hurra* mientras Ajeck asintió con la cabeza en mi dirección en señal de entusiasta aprobación. Rebusqué en mi saca en busca de mi pipa, con la esperanza de celebrarlo fumando. Barnil comenzó a subir la ladera a toda prisa para recuperar el cadáver del raptor. Miré fijamente la bestia caída con la satisfacción que acompaña a cada gran matanza.
Sin embargo, no pude disfrutar de la victoria del cazador durante mucho tiempo, pues al contemplar el horizonte, numerosas siluetas aparecieron en la cresta de la colina, justo encima del pobre Barnil.
*¡Huye, Barnil!*, grité. Ajeck, Sir Erlgadin y yo lanzamos una descarga de balas y flechas por encima de Barnil, directo sobre los raptores. Alguien logró una muerte en medio de la confusión.
*¡Huye, Barnil!*, grité. Ajeck, Sir Erlgadin y yo lanzamos una descarga de balas y flechas por encima de Barnil, directo sobre los raptores. Alguien logró una muerte en medio de la confusión.
Nuestros disparos, que dirigimos apresuradamente, fueron suficientes para comprar la huida de Barnil. Barnil lanzó un clamor colina abajo y se volvió a unir al grupo. Corrimos a refugiarnos en la jungla; una manada de feroces raptores colazote acechaba todos nuestros movimientos.
Los cazadores eran, ahora, los cazados.
Los cazadores eran, ahora, los cazados.
Conduje a la expedición hasta el mar, con el fin de que la costa nos protegiera de los raptores. Con nuestro apresuramiento, nos habíamos desviado demasiado al norte, a una altitud peligrosamente elevada. Nos habíamos equivocado. Fue culpa mía. Nos detuvimos delante de un escarpado acantilado, con los raptores justo detrás de nosotros.
Avancé lentamente con el arma levantada. Había conducido a estos valientes cazadores a su fin. Tenía que morir defendiéndolos. Los raptores colazote son particularmente feroces, conocidos por ser unos sanguinarios implacables. Eran muchos más que nosotros. Pero si hubiera dejado que nos mataran a mis camaradas y a mí, sin antes derramar parte de su propia sangre, no me lo habría perdonado.
Ajeck y Sir Erlgadin dispusieron sus armas, flanqueándome a cada lado, de espaldas al mar. Barnil dejó escapar un suspiro derrotado y blandió su hacha. Los colazotes estaban casi sobre nosotros. Su firme zancada se había hecho más lenta. Ahora acechaban a su presa, pues sabían que nos tenían atrapados.
Entonces ocurrió algo milagroso. Desde donde estábamos escuchamos el inconfundible y aterrador rugido del gran tigre blanco. A pesar de ser numerosos, los raptores dieron media vuelta y se dispersaron. Solo vimos el breve destello blanco de un tigre que salió disparado junto a nosotros, abalanzándose sobre uno de los raptores. No fue necesario dar ninguna orden. Los cuatro miembros de la expedición sabíamos que era el momento de salir corriendo.
Corrimos a toda velocidad hasta el campamento base, sin reducir la marcha en ningún momento. Más tarde aquella noche, nos sentamos en silencio alrededor de la hoguera, sabiendo que un extraño golpe de suerte nos había salvado la vida. Esos son los riesgos que corre el cazador de caza mayor. Jugamos con el destino. No obstante, todos, en algún momento de nuestras vidas, debemos afrontar las afiladas garras del destino. Este enano se alegra, porque ese momento aún no ha llegado a las verdes colinas de Tuercespina.